Carlos Guillén
La alternativa a la unión que
enfrenta la América Latina es
aterradora.
Si un país demuestra desarrollo y autosuficiencia es un peligro
inminente para el imperio y sus lacayos de la ONU, incapaces, estos últimos, de un accionar firme ante los abusos que - por el Derecho a
Veto - ejercen las potencias, en especial
el Departamento de Estado allí
representado por supuestos
diplomáticos.
La resistencia a estudiar la
Historia por parte de los latinoamericanos,
especialmente los venezolanos, ha traído consecuencias nefastas para nuestros
pueblos. Y la de ahora puede que sea la
última oportunidad.
Es preciso iniciar un análisis de ejemplos concretos, claramente descritos en
la historia de Sur América, para entender que sólo la unión de los pueblos
suramericano-caribeños puede salvar a
esta parte del planeta de ser engullida
por los dos monstruos del consumismo energético: USA y CHINA.
El ejemplo de Paraguay debe ser motivo de estudio y reflexión obligatoria
para todos los hombres y mujeres de estas latitudes, no dejándose llevar por la
propaganda neoliberal en moda, ni por la antigua moral capitalista que
justifica todo intento por dolarizar la economía de otros países sólo para esclavizar
a sus ciudadanos bajo el garrote del Dios Dólar.
Paraguay es ejemplo a observar y
analizar con suma atención. Aislado de toda influencia extranjera durante más
de cuatro décadas, comenzando con la férrea
dictadura de Gaspar Rodríguez de Francia entre 1814 y 1840 [1] que promocionó y desarrolló
la nación al punto que eliminó tanto los ladrones como los
mendigos.
Cinco años después, cita Galeano al agente norteamericano Hopkins: “no había niño que no sepa leer ni escribir…
Se había eliminado la Oligarquía y la economía
se vitalizó al punto que sus
fábricas de lienzos, tejido y ponchos
junto a materiales de construcción, papel y tinta, se complementaron con el desarrollo
siderúrgico, fluvial, maderero y
agrícola”.
El país no necesitaba de empréstitos de ningún imperio, no tenía deudas por concepto alguno, y contaba con el mejor ejército de la América
del Sur.
Los indígenas (guaraníes) fueron los mejor tratados por los misioneros españoles.
Aprendieron ciencias y artes: construcción, agricultura,
música, tejido y pintura. La vida
era absolutamente socialista y comunitaria, al punto que no se conocía el dinero, sino el trueque, la vida en comunidad. No había intermediarios ni prestamistas.
Esta autosuficiencia y
desarrollo independiente y exitoso era un mal ejemplo para las provincias vecinas
que hasta 1825 habían luchado por su independencia de la España corrupta
y corruptora.
¿Quiénes impulsaron la
destrucción de esta nación
autosuficiente y progresista
donde el 98% de la tierra era de propiedad pública y se cedía a los
campesinos para la explotación de las
parcelas a cambio de poblarlas y cultivarlas
en forma permanente y sin derecho a venderlas?
No sólo el imperio británico odiaba este desarrollo que le impedía
percibir las jugosas ganancias por concepto
de los fletes y los seguros.
Los ambiciosos encomenderos - los venidos
de España y sus hijos locales - no contentos con la limitación que tenían para
enriquecerse, negociaron con la Corona
el retiro de los misioneros. Lo que permitió, convertida en deporte, la caza de los indios cuyos cadáveres eran
colgados de los árboles a pudrirse cual frutas no apetecidas por ningún ser viviente, cuando no, vendidos a
Brasil que siempre mantuvo los mercados de esclavos como la mayor fuente de riqueza del imperio
portugués.
Los gobiernos Brasilero y Argentino negociaron con el imperio
Inglés el genocidio del pueblo
paraguayo. Y por supuesto la repartición del territorio.
La Guerra, conocida como la Triple Alianza, iniciada en 1865, fue la más cruel que se puede imaginar. La cobardía de los vencedores, validos de sus
enormes ejércitos que bombardearon sin piedad a la población, llegó al extremo
de matar a puñaladas, previa mutilación sexual a los generales y comandantes paraguayos que se rindieron, después de resistir valientemente, cuando ya
no tenían armas ni municiones.
Las instrucciones recibidas del imperio británico a través de su embajador,
fueron claras: “Hacer de Brasil un emporio para las manufacturas
británicas destinadas al consumo de toda la América del Sur”.
“Los paraguayos sufren la herencia de una guerra de exterminio que se
incorporó a la historia de América Latina como su capítulo más infame. Se llamó
la Guerra de la Triple Alianza. Brasil Argentina y Uruguay tuvieron a su cargo
el genocidio. No dejaron piedra sobre piedra ni habitantes varones entre los
escombros” (Galeano, 1970).
La invasión fue financiada, de principio a fin, por Inglaterra a través del Banco de
Londres, la casa Baring Brothers y la
banca Rothschild, mediante empréstitos con intereses leoninos que hipotecaron
la suerte de los vencidos[2] Argentina se quedó con
Misiones y el Chaco, noventa y cuatro mil kilómetros cuadrados de tierras, además de
los prisioneros, marcados con hierros
como reses, que pasaron a ser
esclavos para la mano de obra en los cafetales.
Brasil, imperio esclavista de
Pedro II, aumentó inmensamente sus
fronteras hacia el oeste, aproximadamente
en sesenta mil kilómetros cuadrados nutriendo sus ejércitos con esclavos
y presos.
A Uruguay que había servido de títere no le tocó nada.
Ese es el espejo en que debe mirarse Venezuela. Apetecida por el imperio
del Norte, necesaria para satisfacer la demanda del petróleo que se acrecentará año a año,
ante la continua decadencia de su economía
y de su importancia ante el monstruo de la China.
El crecimiento de China a un sostenido 7% anual llegará en menos de una década a
requerir toda la producción del petróleo
que se extrae a nivel de la OPEP: 100 millones de barriles diarios, no dejará campo para el imperio
norteamericano…. Luego, será una
necesidad la invasión de los países
productores del hidrocarburo que, aislados, incapaces de enfrentar el poderío militar del imperio, serán presa fácil.
A menos que logremos una
unión como la soñada por Bolívar en el Congreso Anfictiónico de Panamá.
El bloque latinoamericano-caribeño de naciones es la única garantía de
sobrevivencia de los pueblos de la América Latina, rica en yacimientos
minerales, en flora, en agua.
Todo lo que necesitan los
decadentes imperios y que no quieren comprar sino robar de los pueblos del Sur.
La unión será el equilibrio que
garantice, no sólo la paz, sino la vida de los pueblos que hasta ahora fueron el patio trasero donde los gringos recogían
los frutos sin siquiera preocuparse por regar las plantas que los producían.
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